Cuevas paleolíticas, grutas submarinas y minas abandonadas son un semillero para microorganismos que han sobrevivido a los cambios en su hábitat durante miles de años y que, hoy, pueden esconder la clave para la elaboración de antibióticos y antitumorales.
La Gruta del Escoural, en Portugal, es uno de los puntos estratégicos de este proyecto. |
Localizar las
bacterias, proceder a su análisis y estudiar su posible aprovechamiento para el
campo de la medicina es un complejo proceso que requiere de una meticulosa
investigación desarrollada por un grupo de especialistas lusos y españoles de
la mano del proyecto ProBioma (Prospección en Ambientes Subterráneos de
Compuestos Bioactivos Microbianos con uso potencial para la Medicina,
Agricultura y Medio Ambiente).
El Instituto
de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla coordina el proyecto, en el que
participa la empresa sevillana Servicios Mineros de Andalucía y las
universidades lusas de Évora y el Algarve, con el apoyo del Programa de
Cooperación Transfronteriza Interreg España-Portugal (Poctep) de la Unión
Europea.
Su área de
actuación se extiende a ocho cuevas y minas ubicadas en faja pirítica ibérica,
en Andalucía occidental -próximas a Río Tinto, en Huelva-, y al Alentejo y el
Algarve en territorio portugués.
Una
iniciativa en la que especialistas de ambos lados de la frontera trabajan con
equipos de última generación con un objetivo común: aumentar la farmacopea
mundial y atajar enfermedades nuevas.
Las bacterias, de villanas a heroínas
Consideradas históricamente como
"villanas" responsables de múltiples enfermedades, los científicos
miran ahora a las bacterias como microorganismos con una extraordinaria
capacidad de adaptación para crear autodefensas y sobrevivir en ambientes
extremos.
Un potencial que las convierte en elementos clave en
la búsqueda de nuevos tratamientos contra dolencias tumorales e infecciones.
Y en eso
trabajan los expertos del proyecto ProBioma. "Se estudian minas y cuevas,
consideradas de ambiente extremo, para encontrar bacterias que tengan un
metabolismo distinto, que puedan dar lugar a la composición de antibióticos y
antitumorales necesarios para ampliar el número limitado que existe en el
mercado", explica a Efe Cesáreo Sainz Jiménez, coordinador del proyecto en
el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla.
Las cuevas
paleolíticas, las grutas submarinas y las minas "son nichos de
biodiversidad desconocidos", apunta Ana Teresa Caldeira, del laboratorio
Hércules de la universidad de Évora
"Los microorganismos a veces se asocian a
procesos de degradación en el patrimonio y acaban por ser los malos de la
historia, pero tienen gran potencialidad y mirarlos desde el punto de vista de
la valorización es un gran aliciente en este proyecto", asegura.
La búsqueda
se centra en "bacterias y hongos con capacidades de producir sustancias de
interés tanto para la medicina como para el medio ambiente", continúa.
En grutas y
minas abandonadas, por ejemplo, se desarrollan bacterias capaces de contribuir
a la limpieza del agua contaminada, apunta Clara Costa, del Centro de Ciencias
del Mar de la universidad del Algarve.
Del paleolítico a la supercomputadora
Catia Salvador toma con cuidado una muestra en la
gruta del Escoural. Apenas un roce con un hisopo basta para analizar el ADN de
un microorganismo con las más avanzadas técnicas en el laboratorio Hércules.
El Escoural es uno de los puntos estratégicos del
proyecto. Su descubrimiento, en 1963, identificó por primera vez vestigios de
arte rupestre paleolítico en Portugal. En su paredes de piedra se aprecian
todavía restos de pintura y grabados de hace 50.000 años. Y junto a ellos, un
universo de bacterias.
La muestra que ha tomado Catia se analizará en la
universidad de Évora, pero también podría estudiarse con un "laboratorio
móvil", un equipo de última generación no mucho mayor que un teléfono
móvil, que permite transmitir datos a un ordenador portátil y replicar copias
de ADN.
Las muestras, continúa esta joven investigadora
lusa, se envían luego a "supercomputadoras" en un laboratorio de
EE.UU. a través de internet. El resultado llega en apenas unas semanas.
Los exámenes no se limitan a las bacterias. Algunas
especies de hongos y setas, por ejemplo, pueden ser la base de nuevos
tratamientos.
Es el caso de
la Amanita Ponderosa, que crece en el Alentejo, Andalucía, Extremadura y
algunas zonas de Marruecos.
En el
laboratorio Hércules se realizan cultivos aislados en medio líquido para
producir compuestos que, señala Caldeira, "pueden ser interesantes desde
el punto de vista de actividad antioxidante y antitumoral".
¿Vida en otros planetas?
Si hay vida, aunque en forma de microorganismos, en
cuevas paleolíticas, ¿por qué no puede haberla en otros planetas?. La respuesta
puede llegar de un "laboratorio móvil".
La Agencia
Espacial Europea, explica Cesáreo Saiz Jiménez, entrena a los astronautas en el
uso de estos equipos en localizaciones con características similares a la
superficie de Marte, como el desierto de Atacama (Chile) o la isla de Lanzarote
(Canarias, España).
"Manejan
el equipo con vistas a un futuro viaje espacial en el que se podrían llevar
este instrumento para detectar vida en el planeta", continúa.
Además, un equipo adicional de microscopía
electrónica permite detectar minerales o trazas producidas por bacterias, lo
que demuestra la conexión entre la geomicrobiología y la astrobiología.
"Tanto
las evidencias de vida como de minerales formados o bioinducidos por
microorganismos nos pueden dar idea de la existencia de vida en otros
planetas", dice el investigador sevillano.
Pero también
es posible conocer detalles de otros planetas desde la Tierra. El poderoso
microdifractómetro de rayos X del laboratorio Hércules puede analizar un
mineral procedente del espacio y aportar detalles sorprendentes.
Lo sabe bien
José Mirâo, director del laboratorio, que ha hecho llamativos descubrimientos
con este equipo.
"Se
mueve a una velocidad de 0,5 grados, imperceptible para el ojo humano",
describe. En la práctica, disecciona el material y transmite la información
sobre su composición a un ordenador desde el cual los investigadores pueden
contrastar con sus bases de datos.
Entre sus
descubrimientos, repasa Mirao, minerales detectados en un mapa del siglo XVI
que coincidían con pigmentos encontrados en la mina de Aljustrel, unos 120
kilómetros al sur de Évora.
Viaje en el tiempo
¿Por qué no compartir estas experiencias y
promocionar estos lugares recónditos para el turismo? ProBioma incluye una
propuesta turística que proporcione una alternativa socio-económica a zonas
deprimidas próximas a estas cuevas y minas.
"Queremos
aprovechar esta labor de muestreo y visitas para intentar darle difusión y
aportar una posibilidad de desarrollo a este tipo de municipios que están en
situación de depresión". Alfonso González de la empresa Servicios Mineros
de Andalucía se refiere específicamente a las viejas zonas mineras de Huelva
que hoy "pueden tener un potencial importante en el ámbito
turístico".
Por eso, propone rutas para visitar minas
abandonadas desde mediados del siglo pasado.
"Hemos
identificado minas que aprovechando los caminos de los antiguos ferrocarriles
se pueden conectar para hacer una ruta que ponga en valor este tipo de
ambientes", apunta.
"Son
ambientes espectaculares, concentraciones de cientos de minas que datan de hace
4.000 años" y que, en el siglo XIX y principios del XX, "fueron las
mayores explotaciones a nivel mundial".
Rutas que
pueden, por ejemplo, ayudar al visitante a descubrir la Amanita ponderosa que, además de sus virtudes como productor de
agentes antitumorales, está considerada un manjar en la mesa a ambos lados de
La Raya, bien a la brasa, en revueltos o guisados.
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